Santi Campillo a la guitarra en Hangar 48. Sin duda Santi Campillo es la personificación del blues y rock sureño. Ayer 10 de octubre fue una noche en la que se dejó claro que el guitarrista murciano está en su mejor momento. Con casi dos horas de magia sonora, el público fue testigo de cómo Campillo y su guitarra se fundían en una simbiosis perfecta, deleitándonos con una técnica limpia e impecable que lograba hacer hablar a las cuerdas. Sus solos e improvisaciones capturaron la esencia más pura del blues, un estilo que ha pulido con los años hasta convertirse en una firma personal.
Santi Campillo no solo presentó temas de su último trabajo, Noche tras noche, sino que también regaló al público versiones magistrales. Entre ellas, una memorable adaptación al español de “Mercedes Benz” de Janis Joplin, donde Campillo puso su toque personal a un clásico de la historia de la música. Canción que Janis Joplin grabó a capella el 1 de octubre de 1970, reflexionando sobre si lo material realmente nos hace felices, sin más artificios que su voz. Aquella grabación fue su última antes de fallecer, lo que añade un toque nostálgico cada vez que esta pieza es interpretada.
Otro momento clave del concierto fue su versión de “La fina” de Leño. Campillo consiguió llevar la emblemática canción de Rosendo a su terreno, dotándola de un aire blusero y haciendo que pareciera una composición totalmente nueva, pero sin perder la fuerza que caracteriza a la original.
La noche también estuvo llena de colaboraciones que añadieron sabor y energía al espectáculo. Paco Madrid, conocido locutor y melómano rockero, subió al escenario para acompañar a Campillo a los bongos. Su complicidad con Campillo era evidente, y juntos llevaron la música a un nivel más íntimo, casi como si los espectadores estuviéramos en una jam session entre amigos. La sorpresa no terminó ahí, pues Jeff Espinoza se unió al concierto con su armónica, marcándose un shuffle enérgico, además de hacer una interpretación fantástica de “The Thrill is Gone” de BB King. La interacción entre guitarra y armónica fue un deleite, consolidando uno de los momentos más memorables de la noche.
Además de las colaboraciones, Campillo continuó deslumbrando con su repertorio, donde incluyó canciones propias y versiones de blues al español como “El cielo llora” (The Sky is Crying), y una conmovedora adaptación de “While My Guitar Gently Weeps” de George Harrison, rebautizada como “Mi guitarra lloró”. En español, la interpretación ganó una cercanía emocional que resonó profundamente entre el público.
Cuando la noche parecía haber alcanzado su clímax, apareció otra sorpresa: Isrock, quien se sumó al escenario con su voz y armónica para acompañar a Campillo en un par de canciones, entre ellas hicieron la interpretación de la icónica “Sábado a la noche” del primer álbum del Argentino Moris que Miguel Ríos hizo mucho más famoso en el Rock & Rios. Fue un cierre casi épico, donde el público estalló en aplausos, coreando al unísono y dejándose llevar por la intensidad del momento.
El repertorio incluyó otros temas poderosos como “No sé decir que no”, una muestra más de la capacidad de Campillo para crear rock lleno de emoción y sentimiento. Para cerrar la noche, eligió la mítica “Un buen momento”, un guiño a su etapa con M-Clan. Con esta canción, se despidió del escenario con la misma elegancia con la que empezó, dejando al público extasiado y con ganas de más.
Al terminar, Campillo dedicó tiempo a firmar discos y vinilos, poniendo el broche de oro a una noche inolvidable. Muchos fans se llevaron un pedazo del concierto a casa, en forma de música tangible que les permitirá revivir una y otra vez lo que fue, sin duda, una experiencia única.
La atmósfera íntima de Hangar 48, sumada a la fuerza y maestría de Santi Campillo, creó una conexión sumamente especial entre el artista y público. No fue solo un concierto; fue un viaje a través de las raíces del rock y el blues, guiado por uno de los mejores guitarristas que tiene España; Santiago Campillo. Sin duda fue una noche para recordar, que dejó a todos con la certeza de haber sido testigos de algo mucho más grande que un simple espectáculo musical.