Ninguna nota de prensa va a hablar mal del producto que tratan de promocionar. Y siempre, ante cada novedad, cada vez, los periodistas nos encontramos con la mejor obra, mejor guión, mejor dibujo y mejores ideas del autor de turno. No tiene porque ser falso. Y lo cierto es que es necesario exagerar para llamar la atención entre el imparable aluvión de novedades que inundan no sólo la bandeja de correos, sino las estanterías de cualquier librería o tienda de cómics que se precie.
Y luego de repente un día llega a tus manos EL Cómic. Considerado obra maestra dentro del género desde hace casi un siglo y que nunca habíamos tenido la oportunidad de comprobarlo porque sólo ahora alguien como Diábolo Ediciones se ha atrevido a editarlo en castellano, por vez primera, en una impresionante edición de gran formato (29×38 cm.) que hace honor al tamaño original en que esta obra fue editada en las planchas dominicales. La obra es Gasoline Alley de Frank King y, dado que empezó a publicarse en la página dominical The Rectangle del Chicago Tribune nada menos que en 1918, no es de extrañar que sea la segunda tira de cómic en prensa más longeva en Estados Unidos tras Katzenjammer Kids.
En sus inicios, los personajes de Frank King (que se encargó de la serie desde 1918 hasta 1959) discutían sobre todo de automóviles y los nombres de Walt, Doc, Avery o Bill fueron ganando popularidad hasta lograr en agosto de 1919 tener su propia tira diaria en el New York Daily News. Aunque el siguiente giro de guión, auspiciado por sugerencia de Joseph Patterson, editor del Chicago Tribune, llevó al autor a introducir al personaje definitivo: Skeezix, un bebé abandonado en la puerta de Walt que cambió para siempre el tono de la serie y supuso el inicio de su genialidad. Y justo ahí es donde comienza este libro, recopilando las mejores planchas dominicales entre 1921 y 1934, en las que Frank King adapta su discurso precisamente a esos domingos en que toda la familia disfrutaba antiguamente de los periódicos, cada uno con su sección. Para empezar, porque la figura del bebé Skeezik junto a su “tío Walt” desgrana una entrañable relación familiar que, además, de forma realmente innovadora, se alarga y avanza en el tiempo al tiempo que los personajes envejecen también. Incluso ahora, recopiladas en este maravilloso tomo y con saltos obvios en las fechas de publicación, según pasan las páginas es inevitable no empatizar con una pareja tan curiosa, sana y ejemplar como Walt y Skeezik. Con ellos se contagia el ansía de frenar el ritmo del tiempo, pararse a disfrutar de todos los pequeños detalles de la vida y darnos cuenta de las maravillas que nos rodean en el entorno de personas y lugares más cercanos a nosotros. Después de leer Gasoline Alley entiendo perfectamente que incluso haya estudios y ensayos sobre los paseos otoñales de Walt y Skeezik, porque resulta increíble como una tira cómica narrada en una sola página, es capaz de transmitir tanto con apenas las palabras, líneas y colores justos. King nos sorprende con un tono y unos temas que le colocan a nuestra altura: el amor por la Naturaleza, por las buenas costumbres más sencillas: una comida en compañía de la familia o amigos, disfrutar de una siesta, ver crecer y aprender a tu hijo. Verdades universales que no cambian, ni siquiera en estos tiempos en que todo lo medimos y casi vivimos a través de una pantalla.
Sólo que King no se queda sólo en el entretenimiento al que, de modo natural, nos conduce. Al contrario, trabajar en ese espacio aparentemente reducido de una sola aunque enorme página de periódico le llevó a experimentar como a tantos de sus coetáneos, con resultados tan sobresalientes como los de la mayoría de planchas seleccionadas para este libro. Resulta inevitable comparar Gasoline Alley con Little Nemo in Slumberland de Winsor McCay, porque aunque McCay ideó todo un universo onírico, King nos lleva también al mundo de los sueños en la mayoría de sus páginas, sólo que aquí son primero Walt y luego Skeezik los que sueñan en duermevela, a ras de la realidad, con maravillas que les ocurren en su mundo cotidiano: desde poder volar en la escoba de una bruja a realizar largas travesías anuales a visitar a Santa Claus, viajar a bordo de una nube o entrar dentro de un universo de modernos cuadros cubistas. Teniendo en cuenta la época en que King dibujó estas historias es memorable su imaginación, sin ceder a lo puramente fantástico como Little Nemo: es increíble a dónde es capaz de llevarnos el autor en apenas una página. Aunque nada de eso sería posible sino fuese por el dominio maestro del autor de ese mismo espacio. Hay páginas que son pura experimentación (incluso con el sentido de la lectura por ejemplo en una historia en la Skeezik cava un agujero tan hondo que llega al otro lado del planeta) exclusivamente usando los recursos de los que se nutre cualquier cómic: asombra de verdad ver cómo King convierte en varias ocasiones cuentos o historias en viñetas metiendo directamente a sus personajes como protagonistas visuales de las mismas narrando en un monólogo en bocadillos todo un relato que ocurre en apenas una docena de viñetas.
De modo que sí, hay notas de prensa que sólo dicen la verdad y aún se quedan cortas. Recomendación indudable para todo verdadero amante del cómic que quiera descubrir esta auténtica joya que hasta ahora resultó imposible leer en castellano. Sobra decir además que, como toda edición de Diábolo, este libro se acompaña de abundante material gráfico adicional, información y artículos sobre la figura de un visionario como Frank King, vigente, actual y tan moderno hoy como hace cien años.