«Los Pizzlys» de Jérémie Moreau: cuando decides cambiarlo todo y dejar el mundo atrás. Norma Editorial.

Jérémie Moreau ganó su primer concurso de cómic en el Festival de Angoulême cuando contaba apenas con 16 años. Desde entonces ha sido un habitual de esta cita vital del cómic europeo. Y nunca por el mero hecho de participar, sino por el reconocimiento a su revolucionaria obra, siempre en continua evolución, siempre sorprendente a cada nuevo álbum e historia que nos presenta. La verdad es que tuve la suerte de descubrirle con El mono de Hartlepool, con guion de Wilfrid Lupano, que editó aquí Dibbuks en su día y donde Moreau deslumbraba con la soltura y naturalidad de su dibujo. Su siguiente obra, Max Winson, fue la primera en la que se encargó de guion y dibujo y volvió a ser nominada en Angoulême. Su audacia creativa y, sobre todo, gráfica, fue definida por la crítica especializada como una mezcla del ingenio de Winsor McCay mezclado con el virtuosismo de Bastien Vivès. Apenas tres años después, en los que Moreau aprovechó para seguir evolucionando, logró al fin el premio Fauved’Or en Angoulême con su obra La saga de Grimr, editada aquí por Norma Editorial, que volvería a editar en España al autor con Penss y los pliegues del mundo. Con la demora con la que a veces descubrimos verdaderas Obras Maestras del cómic, hay que celebrar no obstante que Norma haga posible que podamos disfrutar ahora de Los Pizzlys, el maravilloso libro que queremos recomendarte hoy, aquí, ahora.

Subimos al coche con Nathan. Es un conductor de Uber. Demasiado joven para no aspirar a más. Pronto descubrimos que a los posibles desastres y contratiempos de sus rutinas como chófer, como que un cliente le acabe vomitando toda la parte trasera, se une el problema que parece tener Nathan para mantenerse del todo con los pies en la tierra. Por desgracia, en apenas unas páginas comprobamos que lo que Jérémie Moreau dibuja de un modo magnífico como si el personaje llegase a salir flotando de su cuerpo debe ser algo peor, completamente extenuado por sus jornadas de trabajo. Iniciado nuevo día y después de perder la cobertura del navegador de su móvil para llevar a una nueva clienta al aeropuerto, Nathan desconecta del mundo en uno de esos “viajes” hasta el punto de que en realidad pierde la consciencia y tienen un accidente de tráfico inevitable en su estado. Esa es la gota que colma el vaso de su aguante. Porque en realidad Nathan se encarga de cuidar y mantener a sus dos hermanos menores tras la muerte de sus padres y la escasa herencia que les quedó le obligó a buscar una salida para seguir pagando la hipoteca, el colegio de su hermana y hermano y el crédito del coche que queda siniestro total.

Por suerte las desgracias, que nunca vienen solas, siempre dejan el resquicio para que una casualidad o una decisión fortuita deje una vía de escape. Perdido el avión de la pasajera con la que tiene el accidente, Nathan invita a esta desconocida, de nombre Annie a pasar la noche en el hogar familiar a la espera del vuelo del día siguiente. La desesperación derrumba al joven delante de ella y es entonces cuando ella les invita a todos a acompañarla en su viaje de vuelta a la lejana Alaska, cambiar su vida y dejar atrás la ciudad y su vida por una promesa de cambio. Con pocas alternativas, Nathan acepta y comienza el viaje que cambiará el mundo de su pequeña familia y, a un nivel menor, quizás el tuyo si te atreves a adentrarte en la maravilla visual que supone este increíble libro. Porque, de entre las muchas reflexiones que Moreau coloca en nuestro tejado, una de ellas con las que todos nos identificamos fácilmente es el mundo en que tratamos de vivir, rodeados de rutinas aplastantes y relaciones humanas por desgracia cada vez más deshumanizadas y mediadas por la frialdad de la tecnología.

Por supuesto nada es tan maravilloso como lo pintan. Y pese a que los dibujos de Moreau sí lo son, con un toque para nada realista en esta nueva obra suya, las situaciones, los personajes y el lugar al que nos conduce sí que son completamente entendibles y posibles. Porque Alaska, como todo nuestro planeta, está tocado por los mismos males que a nosotros nos resultan ya imperceptibles en nuestras contaminadas ciudades. Así, Annie descubre, en compañía de sus jóvenes invitados, que la migración de las aves y los animales del entorno que un día fue idílico ha cambiado, mientras que las estaciones no reaccionan cuando deberían y es que incluso la contaminación de las ciudades cercanas ha tocado un entorno que Moreau dibuja impecable, grandioso, lleno de colores, pero que, en su interior, está ya tan degradado como todo punto del planeta en el que el ser humano ha puesto el pie, dejando su sucia, irreversible e imborrable huella.

Motivado por los mismos problemas que deberían preocuparnos a todos, por mucho negacionista del cambio climático que ande suelto e impune a la realidad, Jérémie Moreau tiene claro, como declaraba en una entrevista al medio digital francés Benzine que “el siglo XX fue el siglo de la bomba nuclear, de las guerras mundiales, se hizo mucho arte sobre eso, y en mi opinión hoy necesitamos crear grandes obras de arte para metabolizar el cambio climático. Creo que hubo una época en la que sin duda teníamos una mayor conexión con los árboles y la naturaleza. Todo eso ha sido completamente cortado por la modernidad. He leído mucho sobre esto y puedo ver cómo sucedió. Con la conciencia, el hombre se convierte en un individuo libre que se libera de las divinidades. Si somos los únicos que tomamos decisiones, eso significa que somos responsables de todo, que estamos a cargo de todo. El gran cambio ecológico es que, de hecho, no somos responsables de nada en absoluto y que son las plantas las que nos permiten vivir. Hay una frase que me encanta de Baptiste Morizot que explica que sin todas las formas de vida que nos rodean, moriríamos tres veces: en 40 segundos de asfixia, en tres días de sed y en tres semanas de hambre. Así que es hora de redescubrir un poco de respeto y gratitud por lo que nos da la vida”.

Moreau activa nuestro sentido de la responsabilidad ecológica colocándonos ante una situación donde ya ni los osos pardos norteamericanos son pardos ya que, según explican los personajes, los osos polares blancos, desterrados por el calentamiento de su hábitat ancestral, han llegado hasta aquella zona para mezclarse con los Grizzlys, dando lugar a osos grises a los que llaman Pizzlys. Con una sutileza tan desgarradora como el talento desatado en viñetas que te deja sin respiración, Moreau nos habla también de transformación: de la inevitable a la que tenemos que enfrentarnos cuando la Naturaleza convierte sus cambios en desquiciados desquites hacia quienes lo han provocado inicialmente; pero también a los cambios a los que conseguimos obligarnos nosotros mismos cuando superamos lo que nos ata a vidas anteriores. Incluso los hermanos de Nathan, enganchados como casi todo niño y adolescente a las tecnologías tóxicas cuando se usan en exceso (videojuegos y móviles), acaban levantando la vista de sus minúsculas pantallas reduce-neuronas y son capaces de ver el paisaje que les rodea. En este caso, el autor demuestra una tremenda maestría narrativa, siendo capaz de envolvernos en páginas en las que no necesita ni una sola palabra, solo imágenes enormes, de una belleza que habla por si sola y ayudado al majestuoso color de toda esta obra, como él mismo aclara, por Rubin Clerkx. Mencionaba al principio a Bastien Vivès, otro de esos autores del neocómic francés capaz de reducir a la mínima expresión sus trazos y seguir contándolo todo. Jérémie Moreau ha alcanzado con Los Pizzlys y con la que ha realizó posteriormente, Alyte, recién publicada en Francia en noviembre de 2024, una madurez gráfica solo comparable al proceso por el que el hiperrealismo de Picasso dio paso al cubismo absoluto llegando a expresar incluso más ideas en el dibujo mínimo.

El logro de Jérémie Moreau es tal que apenas hay palabras para describirlas  sensaciones que despiertan sus dibujos, completamente originales y lanzados a la historia en grandes viñetas, algunas a página completa, que nos hacen casi flotar con los personajes. Los Pizzlys es el típico cómic que, la primera vez que ves en cualquier revista, anuncio o blog alguna de sus planchas, éstas desvían tu atención de cualquier otra cosa. Promete mucho de antemano. Pero la mayor sorpresa es cuando te quedas a solas con el libro y éste supera todas tus expectativas. Editada con especial cuidado por Norma en esta ocasión, a la tapa dura y calidad extrema del papel en el que resaltan los cuadros y colores minimalistas que constituyen las viñetas de Moreau, se añade un detallismo que roza lo exquisito con letras en acabado plata en la cubierta, por ejemplo.

Los Pizzlys es también el resumen y apuesta ganadora de un autor que nunca ha dudado en reconocer sus orígenes, influencias y fusiones de estilos con el suyo propio: “es muy curioso cuando lo pienso, pero cuando tenía 9 o 10 años, prefería Les Idées noires de Franquin a Spirou o Gaston. Realmente era lo que más me hablaba, el lado absurdo, el lado oscuro. Y luego está el shonen y el manga. Pertenezco a una generación que vio la llegada del manga con los primeros volúmenes en Glénat, y me identifiqué completamente con Son Goku o Luffy en One Piece. Había una especie de maremoto muy poderoso que vino con el manga, que no necesariamente sentí con los cómics franco-belgas. Y hoy estoy tratando de crear un vínculo entre las dos, entre una cultura más franco-belga, más francesa, y el modo de narración que realmente me sedujo cuando era más joven, y que viene más del manga. Me fascinan bastante los artistas que logran abordar géneros muy diferentes en el curso de su trabajo, pero que logran hacer grandes películas en cada género. El ejemplo supremo es Kubrick, que consigue hacer una película de ciencia ficción de referencia y luego una película de terror, al tiempo que magnifica el género produciendo algo completamente diferente a otras películas de terror. Y esa es una de las mayores influencias para mí. Me gustaría poder tratar temas muy diferentes y poco a poco ir dejando mi impronta en ellos”.

Con Los Pizzlys, Jérémie Moreau vuelve a superarse a sí mismo, regalándonos tal prodigio de cómic que muchas de sus páginas serían dignas de estar en un museo junto a la sabia enseñanza de sus muchos mensajes: evolución, aceptar la transformación y el cambio, pero todo sin perder nunca el respeto y merecido cuidado que todos le debemos a la Naturaleza que, de una forma u otra, nos ha colocado donde estamos.

SOBRE EL AUTOR

JÉRÉMIE MOREAU

Nació en París en 1987. Ya desde los 8 años participaba en el concurso de cómic para escolares del Festival de Angoulême, que logra ganar a los 16. Tiempo después, su carrera tomará el camino de la animación, ingresando en la prestigiosa Escuela de los Gobelins, lo que influirá en su estilo. No en vano, regresará a Angoulême en 2012 con su primer trabajo, El mono de Hartlepool, con guion de Wilfrid Lupano, que fue seleccionado para los Premios Esenciales y obtuvo el Premio de los Libreros. Tres años después, el mismo festival reconocerá su talento nominándolo a los mismos premios por su siguiente trabajo, Max Winston. Tras Tempête au Haras, un álbum juvenil en colaboración con Chris Donner, publica La saga de Grimr. Con ella volvió una vez más a triunfar en Angoulême, esta vez conquistando el ansiado premio Fauved’Or.

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