No me cabe duda de que la cultura popular despierta el interés general de mucha gente por la Historia, la que el ser humano lleva escribiendo en mayúsculas a sangre y fuego desde hace algunos milenios. La casualidad ha querido que, precisamente, este más que recomendable manga de trasfondo histórico saliese publicado casi a la par que el estreno en cines este verano de 2025 de la última película un fenómeno cultural que nos lleva acompañando en el cine la friolera de más de 40 años. Hablo de Karate Kid, esa gallina de los huevos de oro estrenada en 1984. Su segunda parte, tras el éxito mundial de una fórmula aún viva, data de 1986 y en ella, el karateca perenne Daniel LaRusso y el mítico señor Miyagi viajaban al lugar que da título al libro que os presentamos hoy: Okinawa, de Susumu Higa. Por supuesto, poco tienen que ver uno y otro producto pensados para el entretenimiento, pero lo cierto es que la película comercial amplió el horizonte de muchos occidentales que pensaban que Japón sólo eran Tokyo, Hiroshima y Nagasaki. Y aunque solo de pasada, Karate Kid II nos introdujo en un archipiélago de islas donde se evidenciaba la presencia norteamericana y que éstos no eran vistos con buenos ojos aunque no se profundizase en ello. Susumu Higa sí lo hace en un apasionante libro dividido en historias cortas que, juntas, dibujan el tapiz inmenso de un archipiélago seguramente desconocido para muchos, donde entre abril y junio de 1945 se llevó a cabo la «Operación Iceberg»: el mayor asalto anfibio en el Teatro del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. El resultado fueron 82 días de combates que arrojaron un terrible saldo de bajas: 100.000 muertos en el bando japonés, incluyendo una enorme cantidad de víctimas civiles, y más de 20.000 entre los aliados británicos y estadounidenses.

Publicada originalmente por entregas en la revista Big Comics, la historia de Okinawa se divide en dos partes: La espada de arena y Mabui. La primera nos adentra en los momentos previos al ataque, cuando el ejército nipón desembarca en la pequeña isla de Maejima para preparar la defensa. Como la mayoría de isleños de cualquier parte del mundo, la presencia militar es una sorprendente novedad en la vida de los lugareños, que ven cómo sus rutinas y tradiciones son perturbadas. Y aunque nadie fue capaz de imaginar el infierno que estaba a punto de ser desatado, el desembarco deja en el lector, como lo hizo la Historia con los habitantes de aquellas islas tranquilas, una angustiosa sensación de indefensión ante lo que supuso el conflicto desatado en aquel rincón del Pacífico.

Tras un pacífico inicio donde tienen su primer hueco las tradiciones y costumbres de las islas que forman parte de Okinawa, lo cierto es que La espada de arena se convierte en un crudo relato bélico donde curiosamente el ejército japonés se lleva una de las peores partes en recuerdos narrados y recopilados por un autor que ha vivido, que defiende y que conoce los lugares descritos en Okinawa como propios. Sin embargo, como él mismo refleja a lo largo del libro: «mis padres no contaban demasiado sobre lo que vivieron durante la batalla de Okinawa. Lo único que recuerdo de todo lo que decía mi madre es: «La guerra es sucia». Nada más. En cuanto a mi padre, sus conversaciones versaban sobre lo entretenida que había sido su estancia en el campo de prisioneros de guerra de Hawái y no se explayaba demasiado sobre lo vivido en el campo de batalla».

«Hacia el 30º aniversario del fin de la guerra -continúa el autor- comenzaron a darse a conocer relatos y anécdotas de ciudadanos de a pie sobre la batalla de Okinawa. Aquello fue como si de repente se rompiera una presa. Brotó la voluntad de dejar testimonio de todo aquello, ya que lo que no se conoce no se puede llegar ni a imaginar. Surgieron relatos de personas de distintas zonas que contaron cómo habian logrado huir, cómo parientes suyos habían caído víctimas del conflicto o cómo habían sobrevivido por pura suerte. Aparecieron diarios de jóvenes que habían formado parte de los cuerpos de estudiantes femeninas, registros de estudiantes varones, crónicas de oficiales y soldados del ejército nipón, narraciones de tipo bélico de soldados estadounidenses. Leer todos estos textos permitió visualizar la batalla de Okinawa de forma prácticamente tridimensional. Las palabras de mi madre, «la guerra es sucia» quedaron grabadas vívidamente en mi seno, formando parte de mi propia experiencia de la batalla de Okinawa«.

Okinawa es un desgarrador documento sobre la guerra que, del mismo modo que títulos como Operación muerte de Shigeru Mizuki o Pies descalzos de Keiji Nakazawa nos muestran sin adornos la crueldad y la sinrazón de estos conflictos con un escrupuloso rigor histórico. Sin dudarlo, Okinawa, la obra cumbre del dibujante Susumu Higa, es digna de figurar junto a esas y tantas otras obras que denuncian los excesos cometidos en todo conflicto bélico. Además, el mayor acierto de Susumu Higa, algo que leemos y disfrutamos a lo largo de toda la segunda parte de este libro, Mabui, es la voluntad de superación del pueblo nipón y de los habitantes de Okinawa en particular. Y es que, como aprendemos a través de la lectura de este libro, Okinawa fue un reino pacífico e independiente hasta su anexión por el Imperio japonés en el siglo XIX. Y tras ser escenario de la batalla terrestre más destructiva de la Guerra del Pacífico, el archipiélago pasó a ser la prefectura más pobre de Japón con un importante lastre reflejado en todos y cada uno de los relatos de Mabui. La superficie de la prefectura de Okinawa comprende un 0,6% del territorio total de Japón (es la 44ª prefectura en superficie de las 47 que hay). Un 10,8 % de dicha extensión está ocupado, sin su consentimiento y tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, por infraestructuras del ejército estadounidense (en el caso de la isla principal de Okinawa, un 20%). De este modo, en el archipiélago se concentran el 75 % de las bases americanas en suelo japonés. Y de su población de aproximadamente 1.280.000, 35.000 personas son soldados y personal militar estadounidenses. Sin duda la posición de muchos habitantes de estas islas y su actitud hacia la ocupación yanki está más que justificada.

Susumu Higa se muestra así como espléndido narrador costumbrista. Y del mismo modo que retrata la sinrazón del sentido del honor vacío de los soldados japoneses que no dudaban en sacrificar a sus propios compatriotas antes de aceptar la derrota ante Estados Unidos, las historias de Mabui reflejan muchass de las grandes virtudes de individuos y comunidades imbatibles, ancladas en las costumbres que les siguen haciendo sobrevivir. Como bien explica Susumu Higa sobre los habitantes de Okinawa: «su energía es envidiable: hablar de hacer algo por Okinawa forma parte del día a día de los jóvenes del archipiélago. Okinawa quedó reducida a cenizas en la guerra y, más tarde, nuestros mayores lograron reconstruirla desde cero, soportando una ocupación absurda, sin perder nunca la compostura, haciendo lo que debían hacer como seres humanos y, en consecuencia, sosteniendo a la sociedad en pleno. Y todos los jóvenes, a lo largo de las diferentes generaciones, han sido testigos de ello. Por eso Okinawa es tan querida y amada».

Rebosante de admiración contagiosa por su tierra natal, Susumu Higa insiste en que Okinawa entraña una lectura universal, que trasciende el contexto temporal y geográfico de todas estas historias ejemplares, muchas de ellas provenientes de anécdotas, otras surgidas de una noticia en el periódico reimaginadas por el espíritu afable de un autor consciente de su lugar en el mundo: “espero que haya ese elemento de humanidad compartida, de empatía por el otro”, asegura. “Los problemas de Okinawa no son sólo problemas de Okinawa; están conectados con problemas globales”. Y todo ello, y pese al reconocimiento mundial, con decenas de premios gracias a las diferentes ediciones de su libro, que le llevaron a obtener el Gran Premio de Artes Mediáticas de Japón en la categoría de manga además de ser nominado al Premio Tezuka y al Premio FIBD Fauve d’Or en Angoulême al Mejor Álbum, no le hacen apearse de su conciencia y posición como autor: «Mi trabajo no es manga-manga -recordaba el autor en la entrevista incluida en la edición norteamericana de Okinawa–; definitivamente es un mundo aparte. En cuanto a por qué lo aceptarían, un editor me dijo que mangas como el mío, que abordan temas sociales y cosas así, pueden mejorar la calidad general de la revista. Para mantener la calidad de la revista, para darle más profundidad, quieren incluir historias como las mías».

SOBRE EL AUTOR

SUSUMU HIGA
Nacido en 1953 en Naha, Okinawa, Susumu Higa renunció a su puesto de profesor universitario en 1994. Desde su debut como autor, ha continuado produciendo obras que giran en torno a su región natal, la isla de Okinawa, en el extremo suroeste de Japón. Inspirado por las historias de sus padres, quienes vivieron la guerra, pero también por los testimonios de los okinawenses, Higa nos presenta su isla natal en diferentes épocas: sus habitantes, sus soldados, sus sacerdotisas y sus creencias. Higa ofrece una perspectiva completamente nueva de Okinawa, que nos permite comprender mejor su cultura única. Ha ganado varios premios, incluyendo el Gran Premio del Festival de Artes Mediáticas de Japón en la categoría de manga en 2003.












