Amor, por Jimena Blanco

Me muero de pena

Entre un bosque de encinas, rayos se cuelan.

Cuando paso por ellos, por dentro queman.

Me queman los años, y las Lunas llenas.

Desde que consigo te llevó la guerra…

Me muero de pena.

Entre la maleza descubro, una muñeca.

Le faltan los zapatos, y la diadema.

La llevaba un soldado, en su maleta.

Ahora yace mojada, por siempre quieta…

Me muero de pena.

Sentada en el manto, de la primavera.

Rezando un rosario, para que tú vuelvas,

Te escribo mil cartas, que no creo leas.

Mas yo sé que el Ebro vio tu última cena…

Me muero de pena.

Salen cuatro conejos, de su madriguera.

Una es madre, no hay quién más los quiera.

Saltando entre cardos, se comen la hierba.

Esperando a un padre que cuentos les lea…

Me muero de pena.

Veinte pétalos

Cuatro pétalos de flor,

que caen desde mi ventana,

cada vez que alguien me daña,

y se escapa con mi dolor.

Cuatro pétalos de Sol,

que caen desde el horizonte,

bañando lo que la verdad esconde,

negando siempre su calor.

Cuatro pétalos de mar,

que como en la piel y en la arena,

cuando sube la marea,

caen hasta mis mejillas.

Cuatro pétalos de amor,

que danzan con fuerza y brío,

al ritmo de tus latidos,

música del corazón.

Cuatro pétalos de añil,

azul como los recortes,

de los días, años y estaciones,

hasta que nos separó el fin.

Agua de tristeza

¿Cómo olvidar a querer, si bajo el agua cristalina,

una estrella se atisba entre las algas verdes?

Agua dulce de sus labios, se sala gota a gota.

¿Cómo evitar ahogarse, entre los cristales macizos,

que forman mis ojos rojizos, de tanto llorar?

Cristales que endurecen el alma, y aclaran el mar.

¿Cómo mirar hacia el frente, si colocan barrotes

que trucan la mente y hacen deforme el horizonte?

Barrotes de hierro macabro, se oxidan con solo mirarlos.

¿Cómo aprender a dormir, sabiendo que al despertar,

al rocío he de respetar, y ambos ojos abrir?

Despierto sintiendo el silencio, de sábanas sin compartir.

¿Cómo abrazar el dolor, cuando los muros me clavan,

cuatro puñales por la espalda, cada vez que sale el Sol?

Muros que comprimen, una pena en expansión.

¿Cómo dominar el vivir, cuando no cabes dentro,

el agua rebosa mi cuerpo, y no puedo sentir?

Solo cabe un pequeño cautivo, que no quiere salir.

¿Cómo rescatar el cariño, que desde que me esposaron,

no puedo encontrarlo, al andar por las calles perdido?

Esposas que han puesto, en mis manos y sentidos.

¿Cómo dar de beber, algo que no sea el agua salada,

que está derrochando mi alma, al que no lo puede entender?

Agua de tristeza que amamantará nada más nacer.

En medio de la cuesta

Sube la cuesta del cementerio,

la que tantas veces hizo corriendo.

Ahora asciende bastón en mano,

con pasitos cortos y mucho cuidado.

Su pelo cano decora el camino,

cubierto del manto que bebe del río,

dónde lavó con fuerza las manchas,

que durante años la pena dejaba.

Cientos de nombres escalan los muros,

de piedra apilada sin cemento alguno,

para llegar hasta los recuerdos,

de aquellos que aún les siguen queriendo.

Cuando ella sube, él está bajando,

se encuentran en medio los enamorados,

por lo que nunca alcanza su destino,

de las lápidas de mil hombres caídos.

Con las estaciones se desequilibra,

la balanza de lo que cada uno camina.

Viviendo encuentros de resiliencia,

hacia el principio de la cuesta.

Mientras tu recuerdo esté conmigo,

y mis pasos se acuerden del camino,

caminaré para encontrar tu esencia,

hasta que no tenga que subir la cuesta.

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