Soy
Soy una sombra delgada
persiguiendo una figura que escapa,
algunos mechones rebeldes
abandonando la cárcel de un peinado
que nunca me he sabido hacer,
dos botones verde aceituna
prendidos de un lienzo pálido
en el que todos reconocen mi piel.
Soy un sueño que amanece temprano
y una anochecida cuando aún hay luz,
ambos sujeto y predicado
de una constante oración interrogativa,
un silencio atronador
sacudiendo la calma muerta del ruido,
la promesa de la infinitud
o condena, quizá, del eterno caer,
voracidad de comensal insatisfecho
rugir de tripas hambrientas de vida.
Soy un verso suelto y torcido
en el atado de una prosa sin mácula.
Soy una mirada.
Pero aún hoy no alcanzo a saber
si mirada que ciega
o mirada que es cegada.
Testamento de pobres
Susurrando devano en esta mi última jornada
la maraña que han creado décadas de existencia
recio el hilo con el que bordé mis primeros pasos
tembloroso el pulso en las últimas puntadas.
Dejo en herencia un infinito
de ese minúsculo ápice que un día tuve.
Quedaos, miserables, la mesa
sobre la que apoyaba los codos el hambre de los míos,
devorarán vuestra madera las termitas
y escucharéis, impotentes, el rugir de nuestras tripas vacías.
Quedaos, miserables, la cama
vencida en tiempos por el peso de los huesos molidos,
no hallarán reposo vuestros cuerpos impostores
sobre la rigidez de un colchón erigido en lecho mortuorio.
Quedaos, miserables, la silla
que apenas sí acogió a una humanidad doblegada,
jamás la mullidez de cojín alguno
aliviará las rozaduras de la rodilla hincada en tierra.
Quedaos, miserables, la manta
remendada de tanto cobijar desnudeces humanas,
que cuando el viento sople con fuerza
temblarán junto al fuego vuestros huesos ateridos de frío.
Quedaos, miserables, la vida
que sembrasteis de semillas doradas,
pero, cuidado, no os alcance el mediodía
y el sol rompa, con sus rayos, el hechizo
dejándoos solos, desnudos y hambrientos
en medio de vuestra opulenta nada de ricos.
Al hijo que nunca será
No me despertará tu llanto
rasgando el silencio de una noche de verano
ni me envolverá con su calidez tu mirada
cuando la implacable rutina desplace mi cuerpo.
No aterrizará en tu boca
ningún avión pilotado por mi mano
ni se esconderán los monstruos
bajo una colcha con estampado de estrellas.
No me olvidaré de servirle su cena
al pilluelo de tu amigo invisible
ni profanaré la blancura de tu polo escolar
al lavarlo por error con alguna de mis sudaderas gris.
No le dará jaque mate a mi rey
ninguna reina soberbia conducida por tu mano
ni viajaremos el fin de semana a Italia
cenando cada viernes una pizza cuatro quesos.
No habrá arroz blanco cociendo
cuando la enfermedad visite tu cuerpo
ni discusiones por el control del mando
de una televisión que nadie querrá encender.
No sentiré sobre mi piel la herida
la primera vez que te rompan el corazón
ni pelearé por mantenerte a flote
cuando la vida se empeñe en hacerte daño.
No serás
ni me volverás feliz
pero tampoco te irás
ni me harás morir.