“Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea” según Javier Marquina y Rosa Codina. Edita ECC.

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Javier Marquina y Rosa Codina se convirtieron en un pequeño gran fenómeno con su fanzine “Cómo hacer un cómic sin tener ni puta idea”. Hasta tal punto que, como ellos mismos explican en este flamante “Cómo salvar la industria del cómic sin tener ni puta idea”, han pasado casi de las fotocopias a una cuidada edición y atención por parte de una editorial de la talla de ECC Ediciones. Tapa dura, el triple de páginas y la presencia de sus autores y sus versiones dibujadas en infinidad de redes y medios. El tema no es para menos. Por desgracia el discurso constante y necesario de todo autor español de cómics es de continuo el mismo: un sistema precario en el que ser profesional ha alcanzado ya casi la categoría de milagro. Sean nuevos o veteranos, la preocupación de autores y los datos que lanza el mercado hablan por sí solos y no es nada que el lector de tebeos de a pie desconozca, ya que cualquiera que visite su tienda de tebeos favorita habitualmente ha sentido en su bolsillo el aumento desmesurado de libros y cómics por el aumento de algo tan básico como el papel a nivel mundial.

Sin duda lo mejor de este tebeo sobre tebeos es que guionista y dibujante se han tomado muy en serio la molestia de ordenar, condensar y hablarnos, desde dentro y encima a través de viñetas, de lo que realmente es el mundo del cómic en un país tan a la cola del mundo en número de lectores como es el nuestro.

El análisis dibujado del mundo del tebeo es tan cierto y a la vez acertado porque, como explica Javier Marquina, “la gran mayoría de las cosas que contamos surgen de nuestra propia experiencia con el mundo editorial español y, sobre todo, de ese guantazo de realidad brutal que te llevas cuando firmas tu primer contrato y ves lo que se vende, lo que se paga y cómo funciona el cotarro. Podríamos decir que el cómic, como los telefilmes esos que ves para dormir la siesta después de comer, está “basado en hechos reales”.

Si no sabías del tema y, lo que es mejor, aún cuando de primera mano conoces los datos, hay que reconocer el mérito tanto de los autores como de ECC por editar un cómic como éste: válido tanto para autores como para aficionados que queremos poder seguir leyendo tebeos por mucho tiempo. Curiosamente autoparodiarse como personajes dibujados y ser los protagonistas de este discurso se hace interesante en todo momento gracias en especial al intenso y cuidado dibujo de Rosa Codina. El truco, como apunta Javier, “consigue que el lector se identifique rápido y comprenda que estamos contando algo desde la experiencia”. A lo que Rosa añade la importancia de que “no haya ninguna viñeta “mala”. De relleno. Que pasen cosas todo el rato. Pero no me refiero a que haya acción, sino que la narrativa sea buena. Que te emociones igual con un plano general de una batalla como con un primer plano de una mirada entre los dos protagonistas…”

Además, aunque el panorama retratado pueda parecer desalentador, como parte del sistema que hay que mejorar, Javier deja claro que hay países que siguen sabiendo conectar con el público: “creo que en Japón han encontrado una tecla que funciona. Si hay que copiar a alguien, que sea a ellos”. La conclusión más importante, entre la muchas que hacen necesaria la lectura de este cómic, nos quedamos con una en la que seguro todos coincidimos con las palabras de Javier: “hay que mostrarle a la gente que hay un cómic que pueden leer. Un cómic que les va a gustar. Un comic que habla de eso que tanto les apasiona o les descubre cosas que siempre habían querido saber. Y para eso tenemos que estar, se nos tiene que conocer y nos tienen que leer. Lectores. Esa es la clave. Que la gente lea y nos lea. Que enseñemos a nuestros jóvenes nos solo a leer, sino a seguir leyendo. Porque esos lectores comprarán. Se gastarán dinero. Y entonces sí que tendremos una industria real, sólida y rentable”.

SOBRE LOS AUTORES

Javier Marquina nace en Huesca hace demasiado tiempo. España aún no era una democracia. Haced cuentas. Desde muy pequeño, decide arruinarse la vida desarrollando una pasión insana y obsesiva por los tebeos. Siempre ha sido un temerario adicto a las viñetas y siempre lo será. Hasta que se muera. Es lo que hay. Así le va la vida. Tarda 42 años en leerse 20.000 cómics y en darse cuenta de que lo que más le gusta en la vida es ser guionista. Lo dicho. Como una auténtica cabra. Es justo entonces cuando escribe su primera historieta y, como con la famosa marca de patatas fritas, cuando hace pop no puede hacer stop. El chico es lento, pero insistente. Va a su ritmo. Y no para. Después de escribir unas cuantas historias llenas de sangre y violencia, ganar un par de premios y vender una mierda, descubre que el mundo se ha llenado de COVID y que no puede salir de casa. ¡Maldición! Atribulado por una realidad sacada de una película de catástrofes y mientras toma un café a las seis de la mañana durante uno de esos días de monotonía, aplausos a las ocho en la ventana de su céntrico piso y ganas de matar al Dúo Dinámico, tiene una idea feliz y decide hacer un llamamiento en Instagram buscando artistas que suplan su nula capacidad de dibujo para poder plasmarla. Alguien responde a esa llamada. Es Rosa Codina, y, de ese feliz encuentro, nace Cómo hacer un cómic sin tener ni puta idea, un fanzine de un éxito que ni ellos mismo supieron prever. Ese es el germen del cómic que tenéis en las manos, una segunda parte más o menos canónica de esa idea peregrina transformada en fanzine que tanto gustó y que llega con ganas de dar que hablar, porque hay muchas cosas de las que necesitamos hablar si queremos que las cosas mejoren. Además de hacer fanzines locos sin tener ni puta idea, hablar mucho y tener un microscópico canal de YouTube en el que reseña el trabajo ajeno, Javier es autor de un buen montón de tebeos (ejecutados con escaso conocimiento y mucha inconsciencia) que podéis listar si buscáis su nombre en Whakoom. Es una lista un poco larga. Avisamos. Pero no nos hagáis entrar en comparaciones odiosas. Ah. Una cosa más. Javier sigue llevando gafas.

Rosa Codina nace en 1987 en Ordal, un pueblo del Penedès catalán en el que se bebe buen vino y mucha gente tiene perro. Cuando tiene tres años ve un tebeo de Dragon Ball (Bola de Drac para los amigos) y comprende que sobre ese maravilloso arte debe orbitar su vida futura. No puede ser de otra manera. “Yo quiero hacer eso”, se dice convencida. Con tres años y un par de ovarios. En efecto, esta vaina va de seres temerarios e inconscientes que vienen tarados de origen. Pasan los años y se vuelve nini, que es lo que toca. Dibuja, bebe birras y fuma cosas que te enrojecen los ojos y te causan una risa floja. No siempre es sencillo asumir que lo que tienes que hacer para ser feliz es perseguir tu sueño, aunque todos te digan que con tu sueño vas a pasar mucha hambre. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Por suerte, la adolescencia es una enfermedad que se supera, todos crecemos y los años nos traen una ligera brisa de sentido común a la mollera. Así que un día, pasado un tiempo prudencial, Rosa se levanta del sofá, se coloca una gorra y marcha a estudiar bachillerato (primero) e ilustración (después). Dice la leyenda que entra a la escuela de dibujo gritando “¡yo lo que quiero es ser feliz!” y levantando una carpeta tamaño A3 sobre su cabeza con ambas manos.Su proyecto final de ilustración es el primer capítulo de un cómic basado en una novela que va de punkis. Sorpresa. Viendo a Rosa nadie lo diría. ¿Punki? Naaaaaah. Con estas páginas bajo el brazo y cagada de miedo como buena novata, llega a las oficinas de la mítica editorial La Cúpula. Allí ven de lo que es capaz y sonríen. Cinco años después, de ese dossier sale Rompepistas, un tebeo que la coloca en el panorama nacional. Sí. Habéis leído bien. CINCO AÑOS DESPUÉS. Rosa es de mucho redibujar y tiene la fea manía de comer y pagar facturas, así que entre viñeta y viñeta aceptaba trabajos lamentables en lugares lóbregos que le robaban mucho tiempo y demasiadas ganas de vivir. Tras Rompepistas viene la pandemia. Una época muy productiva para ella porque los bares están cerrados y no hay donde echarse las birras con los colegas. Publica Grano de Pus a cuatro manos con Aroha Travé y decide responder a un mensaje de Instagram lanzado por un tal Javier Marquina. Lo que pasa a continuación lo podéis leer en la bio de Javier. Es tontería escribir lo mismo dos veces. Rosa colabora a veces para la revista El Jueves, trabaja en cómics molones que verán la luz a futuro y sufre el síndrome de la cabaña. O sea, apenas sale de su pueblo, dibuja mucho en casa y pasea a su perra por entre las viñas mientras mira al cielo, bucólica. Si la ves de lejos, casi parece una jubilada. Y sí. Rosa también sigue llevando gafas.

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