Viajar ha sido siempre la llave de los descubrimientos. Cuando éramos pocos, el anhelo de nuevos horizontes llevó a exploradores de todos los continentes a descubrir lo que sus vecinos, lejanos o cercanos, tenían de único en sus respectivos territorios. Viajar y hablar de viajes siempre estuvo de moda en mil formas diferentes. Siempre ha habido clases, por supuesto hasta para hundirse en el Titanic, pero en Primera. Lo cierto es que no siempre fue tan fácil y, durante siglos, fueron muchos los que soñaron con viajar lejos de la ciudad o del agujero en el que el destino les colocó. En los siglos XVIII y XIX la literatura de viajes llegó a ser una moda, incluso. Ya fuesen los escritores narradores de sus aventuras o meros inventores de lugares que nunca pisaron, como Emilio Salgari o la mayoría de sitios que describe Julio Verne en sus Viajes Extraordinarios. Fue en aquel entonces que Jonathan Swift, ensayista, poeta y director del periódico conservador The Examiner, decidió escribir su única novela: Los viajes de Gulliver, con la idea de burlarse y satirizar toda aquella literatura viajera con su viaje fuera de lo común. Lo cierto es que la posteridad caprichosa le otorgó inmortalidad al autor sobre todo por una obra reinterpretada cientos de veces en todo forma de expresión artística imaginable. Las generaciones del siglo XX conocieron recordadas versiones cinematográficas tanto «serias» como meramente cómicas hasta el aburdo. Os recomiendo este artículo de la más que interesante y respetable British Society for Eighteenth-Century Studies al respecto.
Ediciones del texto original en diversas traducciones han sido también ilustradas por numerosos autores. Y, un poco más cerca a nuestro admirado y siempre recomendado Noveno Arte, rebuscando en la memoria y ayudado por esta gran invención que hace que tú estés leyendo esto ahora, hay infinidad de adaptaciones al mundo de la viñeta que, a lo largo de décadas, han mantenido vivo el recuerdo de una de esas historias que perdura por encima de su autor, haciendo universal su mensaje y a sus personajes. A partir de determinada edad, ¿quién no leyó adaptaciones de todas las grandes obras de la literatura universal en la colección de Joyas Literarias Juveniles?
Reflejo de cada época histórica, en el mundo del cómic, como en el del arte o el cine, los avances tecnológicos que, curiosamente son uno de los temas principales de Los viajes de Gulliver, entre muchos otros, han propiciado cambios drásticos en la estética que también evoluciona con nuestros tiempos. Y luego, para nuestra fortuna, está el caso de Paul Echegoyen. Aunque nació a principios de los 80 del siglo pasado, el peso del Studio Ghibli y de las películas de Disney le marcó de tal manera que, cuando el dibujo se convirtió no sólo en su pasión, sino también en su profesión, mantuvo el alma y la esencia de todo lo que, siendo él aún un niño, a veteranos como yo nos pillaba ya con algo más de conciencia crítica, conscientes de lo que se desarrolló creativamente en las dos últimas décadas del siglo XX.
Habiendo trabajado como animador y también en el mundo de la publicidad, Echegoyen recaló creativamente en el mundo de la literatura y el cómic infantil. Diseñador incluso de juegos y puzzles infantiles, la lista de títulos para niños es, más que extensa, de una intensidad y pureza capaz de retrotraernos con una sola imagen a nuestra infancia. 1902, La légende de Momotaro, Les dimanches de Romulus o Baba Yaga rebosan algo de lo que carecen muchos cuentos infantiles. Te recomendamos que enriquezcas tu imaginario visual visitando la página web de Echegoyen. Créeme, lo que vas a ver y descubrir no va a defraudarte si el mundo de los ilustradores es lo tuyo.
Aparentemente, en ese vasto universo literario dedicado a las niñas y niños, cuanto más sencilla la ilustración más previsible el éxito. Por suerte Echegoyen demuestra ser de ideas claras porque en cada una de sus obras se dedica a deslumbrarnos con una labor que más que de dibujante, parece de orfebre. Este virtuoso del detalle es un verdadero experto en técnicas tradicionales (grafito, acuarela, gouache y lápices de colores). Y es por eso que nos devuelve automáticamente a una época en la que ese apreciado y laborioso trabajo nos ofreció obras soñadas que aún hoy perduran. Resulta obvio constatar que sus influencias van de Hayao Myazaki a Moebius, pasando también por genios como Brueghel, Arcimboldo o Gustave Doré, sin olvidar la magia contemporánea de Rebecca Dautremer o Shaun Tan. Mención especial merece otro autor con el que colaboró en una joya titulada Léonard et Salaï, una revisión de la vida y obras de Leonardo Da Vinci con guion, personajes y color de ese otro maestro indudable de la ilustración actual que es Benjamin Lacombe, quien trabajó en este libro junto a Paul Echegoyen, que se encargó de los fondos y decorados de las ilustraciones.
Volvemos así, después de tanto rodeo necesario a Los Viajes de Gulliver. De Laputa a Japón. El libro original, publicado en el bien lejano 1726 contiene cuatro partes: el viaje a Liliput la primera, el viaje a Brobdingnag la segunda, el viaje a Laputa, Balnibarbi, Glubbdubdrib, Luggnagg y Japón la tercera y, finalmente, el viaje al país de los Houyhnhnms la cuarta. Cualquier persona a la que preguntes por Gulliver te hablará siempre de los liliputienses y los gigantes. Sin embargo muchos menos serán capaces de recordar o detallarte lo que pasó en los otros viajes. Conscientes de ese vacío popular, Bertrand Galic y Paul Echegoyen coincidieron en las infinitas posibilidades de acercarnos con esta obra a lugares que, imaginados por Jonathan Swift pero reinventados por la pericia gráfica de Echegoyen, se nos presentan completamente renovados, fascinantes e incluso sólidos pese al toque fantástico que le da el dibujante a sus creaciones, en particular dibujando arquitecturas imposibles.
Ilustrador insuperable, Echegoyen se muestra no obstante virtuoso narrador igualmente. Siguiendo un medido y muy equilibrado guion de Bertrand Galic que condensa a la perfección el mensaje y la acción de la obra original, Los Viajes de Gulliver. De Laputa a Japón está dividido en capítulos no muy extensos donde guion y dibujo facilitan una lectura ágil y entretenida donde, si nos detenemos, es para contemplar la precisión metódica del dibujo en las muy numerosas viñetas casi a toda página que recuerdan a los grabados decimonónicos pero con todo el esplendor del trabajo de color de Echegoyen, que confiere a toda la obra de una atmósfera exótica y de ensueño, respirando el sabor de las grandes novelas de aventuras que muchos tuvimos la suerte de leer de jóvenes.
Como todo gran viaje de la época, la mayor parte tenían lugar en barcos en travesías que podían llevar años a sus protagonistas. El doctor Lemuel Gulliver parte de la siempre lluviosa Londres en uno para convertirse en capitán de otro en Tonkin, desde donde parte a su siguiente destino. La mala fortuna hace que sean atacados por piratas quienes, dejándole a su suerte abandonado en un bote en alta mar, le abren en realidad la puerta a una nueva aventura en lejanas tierras donde todo lo insólito es posible. Y así, acabando tan naufrago como ese Robinson Crusoe de Dafoe que se publicó siete años antes que el libro de Swift, a Gulliver le rescatan nada menos que desde la mítica isla voladora de Laputa, sí, la misma a la que Hayao Myazaki dedicó una película entera.
En el caso de Jonathan Swift, respetado por las situaciones a las que los autores de este magnífico cómic enfrentan al personaje principal, curiosamente las creaciones más fantásticas y aparentemente maravillosas son en realidad un reflejo de la sociedad de aquel siglo XVIII en el que la obra fue escrita, cuando, por ejemplo, quienes más viajaban en barco eran los esclavos robados en las costas de África. La isla de Laputa, elevada por encima del resto de islotes de todo un archipiélago al que domina, es metáfora de lo elevado del conocimiento en su más amplia expresión. De hecho, la vida en la isla voladora se basa en aprender y estudiar sin fin y compartir lo básico de toda esa sabiduría con los que viven tierra abajo a cambio de los víveres que mantienen la prosperidad de «los de arriba».
Aunque igual de absurdo es el siguiente lugar en que recalan los pasos azarosos de Gulliver siempre hacia adelante tratando de volver a casa. Lagado es una ciudad independizada de la tiranía de Laputa hasta el punto de la libertad extrema de permitir, en especial gracias a los avances de la ciencia, lugares tan absurdos y bien retratados por Echegoyen como una fábrica donde se intentan extraer rayos solares de pepinos o bien otra donde pretenden transformar el hielo en pólvora de cañón. El viaje se tornará más trascendente en Glubbdubdrib donde, a cambio del relato de sus viajes, el poderoso Nigromante que domina la ciudad resucita ante los ojos de Gulliver a tantos personajes históricos como éste es capaz de recordar. Y, sin dejar de lado la preocupación por la vida y la muerte, la llegada a Luggnagg, enfrentado a otro gobernante tirano, lleva a Gulliver a conocer la desgracia de los Struldrbruggs, seres nacidos con el aparente don de la inmortalidad que el relato original y los autores de Los Viajes de Gulliver. De Laputa a Japón nos hacen ver con otros ojos antes del siguiente paso que, por mucho que nos pese como lectores, devuelve a Gulliver a su hogar y a nosotros al final de un viaje que querríamos seguir iluminados por las palabras de Galic y las maravillas ilustradas de Echegoyen. Un cómic excepcional en una cuidadísima edición en cartoné con letras del título en relieve, unos acabados excepcionales y una impresión para disfrutar del dibujo del todo impecable. Un libro que, si te pasó desapercibido en el imparable océano de novedades mensuales, te recomendamos repescar y disfrutar como el auténtico clásico que es, en todos los sentidos.
SOBRE LOS AUTORES
JONATHAN SWIFT
Jonathan Swift (1667-1745), seudónimo de Isaac Bickerstaff, fue un escritor irlandés, considerado el mejor autor satírico en lengua inglesa. Swift estudió Teología en el célebre Trinity College de su ciudad natal y poco después se ordenó sacerdote anglicano. Ya en Londres, empezó a escribir textos políticos que lo llevaron a dirigir el periódico conservador The Examiner. Escribió ensayos, poemas y numerosos panfletos, a menudo firmados con seudónimo, en los que mostraba un gran talento satírico. Sin embargo, su obra más conocida es su única novela: Los viajes de Gulliver. Swift la escribió a modo de parodia de la narrativa de viajes, muy en boga por la época. Publicada por primera vez con el nombre de Lemuel Gulliver, como si de unas memorias auténticas se tratara, es una sátira repleta de ingenio, comicidad e ironía, pero también de amargura y crítica sobre la condición humana. Un clásico imprescindible.
BERTRAND GALIC
Bertrand Galic es profesor y guionista. Nacido en Lorient y residente en Brest, está profundamente apegado a Bretaña, que inspiró sus primeras historias. Le Cheval d’Orgueil, adaptada por Pierre-Jakez Hélias, fue publicada en 2015 por Editions Soleil, en colaboración con el dibujante Marc Lizano, en la colección “Noctambule”. Nuit noire sur Brest, coescrita con Kris, llegará un año después en Futuropolis. Combinando sus pasiones comunes por la historia y el deporte, los dos amigos también publicaron juntos Un Maillot pour l’Algérie (Dupuis, colección “Aire libre”), Siete atletas (Delcourt) y finalmente Violette Morris (Futuropolis), trilogía de la que ya se han publicado los dos primeros volúmenes. Para la colección “Noctambule”, Bertrand vuelve a la novela gráfica: Los viajes de Gulliver – De Laputa a Japón se publicará en 2020. Fukushima – Chronique d’une accident sans fin, su primer álbum publicado por Glénat, se publicó en marzo de 2021.
PAUL ECHEGOYEN
Paul Echegoyen nació en 1981. Creció en un pueblo al pie de los Pirineos, soñando con mundos maravillosos y fantásticos inspirados en el Studio Ghibli y las películas de Disney. Apasionado del dibujo, con una S de bachillerato en el bolsillo, tomó cursos en la academia de dibujo de Tarbes, donde sus profesores lo alentaron en este camino y, en 2003, se mudó a París para ingresar en la Escuela Superior de Artes Gráficas (ESAG). Licenciado con honores en 2008, comenzó a trabajar como autónomo en animación y publicidad, luego en edición infantil en 2010 y en cómic en 2012. Colaboró con la galería Daniel Maghen (París) para la exposición y la venta de originales. Actualmente trabaja en proyectos de álbumes y cómics para niños.